LOS PIPILES SE ENTRAGARON EN EL AZTECA

EL GENERAL MEXICA Parte final...

Soboc comprende que no hay más espera para conocer el reino del silencio, es cuestión de un par de minutos para sentir esa sensación que solo los muertos pueden contar, así como los vivos tienen el monopolio de la poesía de la vida, los muertos la tienen en el silencio. Gira su cabeza a un costado y ve a sus guerreros pintados de añil, listos para ser sacrificados junto con él. Él sabe lo que significa ese color azul en el cuerpo, es el color con el que pintan a los sacrificados, y sabe que antes de morir, tendrán que soportar el dolor de perder su piel, pues el rito sagrado en honor a Xipe Toctex , exige que la piel sea arrancada en vida de los sacrificados, y que estos mueran despellejados. Es una muerte terriblemente dolorosa.

De los ojos del general se ve salir una lágrima, y una voz profunda como el trueno de una tormenta que le martilla de un lado a otro en su cabeza, que le dice:

—Hazte caso General…Hazte caso General...

Los prisioneros están a punto de llegar a la piedra sagrada de los sacrificios. Los sacerdotes están quemando un incienso combinado de hierbas y sangre de tepezcuintle. Los guerros aztecas comandados por el general Cuauhtémoc (sobrino del rey Moctemuza) están apunto de llevar a cabo la orden del sacerdote Reivaj, quien ha pedido la piel de los prisioneros; estos desamaran a los guerreros pipiles y los ponen en fila, en espera de que la diosa Coatlicue (Diosa de la tierra) reciba el ultimo beso del sol y se prepare para cenar junto con el dios Xipe Toctex la piel de los prisioneros.

El general Soboc es el primero en la fila, y por tanto será el primero en sentir el filo de las obsidianas arrancarle la piel, y así será exhibido frente la mirada de todos los habitantes de Tenochtitlán, y como acto final el sacerdote le arrancara el corazón y se lo devorara con sus dientes en señal de ofrenda a los dioses.

El sol esta apunto de ocultarse, esta tarde se le ve más grande que de costumbre. Con el ultimo rayo vendrá la muerte a presenciar el desgarro de los prisioneros. Ha llegado la hora, el sol se ha ocultado, el general Cuauhtémoc desefunda su obsidiana y se dirige al general Soboc, quien a girado de nuevo la mirada a sus soldados, y les ve a todos pintados de azul, con ese azul de la muerte. El corazón del general no encuentra consuelo en el pecho, y tampoco las lágrimas encuentran consuelo en los ojos y brotan y se resbalan en medio de esa piel áspera. Soboc respira profundo, levanta la mirada y grita:

— ¡Mis guerreros! ¡Es hora de morir peleando! ¡Si quieren nuestra piel! ¡Entonces que se la quiten a un muerto! ¡Pero nunca a un guerrero pipil!

El general ha corrido y se le va encima al general Cuauhtémoc, quien lo hiere instantáneamente en el pecho. Los once guerreros pipiles al ver y escuchar a su general han salido tras de él, y han peleado con las uñas, con las piernas y con todas las armas que la naturaleza les ha podido dar. Poco a poco se les ve caer heridos, y enseguida se han levantado y siguen peleando. La guardia real los supera en proporción de diez a uno. Ahora los guerreros pipiles ya no se ven tan azules, ahora se les ve el rojo de la sangre recorrer todo su cuerpo, pero ninguno se rinde y siguen peleando una batalla que tendrá el mismo destino: La muerte. El general no ha parado de pelear, por primera vez ha peleado sin las armas del mundo, pero hay una extraña satisfacción de haber encontrado las armas del espíritu, aquellas que solo las encuentran los valientes, los que no siente temor y luchan por lo que quieren, aún sin esas armas afiladas; Es entonces cuando el general entiende a los pipiles, sabe que siempre serán pocos, pero ninguno jamás se ha rendido y jamás se rendirá y buscaran siempre la muerte con los ojos abiertos.

Una flecha ha impactado en el cuerpo del general, le ha pegado justo en medio del corazón. Soboc cae con las rodillas al suelo, siente una extraña vibración en sus oídos, y la respiración es nula, quiere respirar por la boca, y no puede; antes de cerrar los ojos ve como sus once guerreros van cayendo uno a uno producto de los flechazos y las lanzas, pero todavía no cierra los ojos. El último guerrero pipil en caer ha sido Cuachimicín el cacique de Cuzcatlan. El general ve todos los cuerpos ensangrentados de sus guerreros tirados en la tierra y solo se le oye decir:
—…Hemos ganado… el silencio

Todos los guerreros han muerto y junto con ellos el general Azteca Soboc Soled. Cuauhtémoc ha cumplido la orden de despellejarlos, y eso ha hecho rápidamente, uno a uno, como si de un venado se tratara los han despellejado. El sacerdote Reivaj ha efectuado todos los ritos con la piel de los prisioneros, lo ha hecho frente a todos los pobladores de Tenochtitlán. Pero al pueblo lo que más le gusta es ver como el sacerdote saca el corazón de los hombres despellejados y estos mal mueren frente a la mirada de todos. Reivaj ha pedido a Cuauhtémoc que traiga a los prisioneros despellejados, este le lleva los cuerpos, pero todos están muertos, ni uno solo ha sobrevivido a la revuelta que efectuaron los guerreros pipiles unos minutos antes. El sacerdote no puede crear lo que esta viendo. Cómo es posible que Cuauhtémoc lo haya engañado, y mucho más terrible cómo es posible que ha engañado a los dioses haciendo un ritual con piel de muertos, cuando por siglos los dioses han exigido que el ritual se haga con la piel de personas vivas.

Cuauhtémoc que todavía se encuentra cansado y con varios golpes en la cara, le dice al sacerdote:

—Nunca conocí guerreros como estos doce que yacen tirados en el suelo, por primera vez en mi vida tuve miedo de perder la vida al ver esos guerreros pelear por esa piel pintada de azul. ¡No Reivaj! Esta noche los dioses tendrán que probar el corazón de un muerto, por que estos guerreros le entregaron el corazón a su piel pintada de azul.

Todos los pobladores gritaban por ser testigos de la milenaria costumbre de sacarles el corazón a los vivos. En ese momento un enjambre terrible de abejas se hizo presente a Tenochtitlán, y todos los pobladores salieron despavoridos en busca de un refugio. El sacerdote interpreto eso como un mensaje divino, y en medio de esos doce cuerpos pintados de azul, Reivaj le dijo a Cuauhtémoc,

—los dioses han hablado... Estos doce guerreros les han salvado la vida a todos lo que de aquí en adelante vengan a la sagrada piedra de los sacrificios, pues con sus vidas han saciado el hambre de los dioses y desde ahora el pueblo ya no creerá en este rito de la muerte, pues esta noche por primera vez los dioses han dejado de probar la piel de los vivos, y por primera vez nos han contestado con esas abejas.

Los sacrificios no volvieron nunca más a Tenochtitlán, y los cuerpos de los doce guerreros fueron llevados secretamente por Cuauhtémoc a una cueva en donde los guerreros Aztecas rinden tributo a la valentía del más grande general mexica.

Cuauhtémoc quedo sorprendido con la valentía de los pipiles y la forma de pelear por la vida y por su piel. Mando a redactar este cuento para que fuera contado a los pipiles, y se los mando a dejar con un mensajero real, junto con las piles pintadas de añil, para que les rindieran tributo a esos once guerreros que se defendieron hasta con sus uñas por no entregar con vida esa piel de guerrero pipil.



Read Users' Comments ( 0 )